Maldita la hora en que decidimos cambiar el colchón de casa.
Con esa frase comienza este relato verídico y auténtico, que
me ocurrió el 21 de noviembre del presente, al intentar realizar tareas domésticas
poco recomendadas cuando uno está solo en casa.
Hace ya unas semanas, mi pareja y yo decidimos que ya era
hora de cambiar el colchón de casa. Teníamos algunas molestias en la espalda y
lo relacionamos con la edad del colchón, que ya tenía sus añitos. Pues bien,
manos a la obra, ¡vamos a comprar un colchón!
Joder. Hay
40.000 combinaciones. Claro, no iba a ser tarea fácil. Esto es como la
globalización, los colchones también se han globalizado, que si látex, soja,
viscolástica, muelles, espumas, doble-capa, ventilados, hidrófugos, Dios... un tema complejo. Además, en las tiendas no
te aclaras porque lo que es bueno en una, es malo en otra y viscolástico, digo viceversa.
Solución, internet.
Y una mierda.
Internet es aún peor, al final acabas viendo opiniones sobre
colchones en foros de coches...
Ríos de páginas web, horas de sueño perdidas buscando colchones (¡qué
paradoja!)
Pero bueno, al final, después de mucha literatura, elegimos
un colchón de muelles con viscolástica y su canapé asociado, porque el que
teníamos, pues no sirve. ¿por qué? Pues porque no sirve y punto.
Esperamos un tiempo prudencial y por fin lo traen a casa, lo
montan, y sorpresa, ¡es alto de cojones! Entre el canapé, las patas del canapé
y el colchón, la cosa asciende muchos centímetros sobre el suelo, llegando casi
a la ventana de la habitación, queda horroroso, sólo se ve cama y más cama. ¡Es
una cama con habitación! Hay que buscar soluciones rápidas. Cambiarlo por uno
más bajo, descartado porque no existen de ese material, cambiar el canapé por otro más bajo,
descartado por espacio, así que solo queda quitar las patas del canapé.
Dios, quitar las patas, maldita la hora...
Ayer por la tarde me pongo manos a la obra. Vacío todo el canapé
por el suelo de la habitación,. pensando ¡bah! total, lo dejo todo aquí al
ladito en el suelo, es subir el canapé y ya está, destornillo las patas y
andando. Simple.
Pues bien, vacío todo, todito todo, es decir, como 20
bolsos, trajes de submarinismo con sus jackets, reguladores, escarpines,
tubos, patos, gafas, linterna... , mantas varias, bolsas del IKEA, cojines,
colchas, algún que otro zapato, botas de montaña antiguas, cuatro alforjas de las
bicicletas... todo eso desparramado por
el suelo de la habitación, dejando espacio justito para la cama.
Seguidamente quito el colchón, porque no pesa un colchón de
150x190, ¿sabéis?, lo levanto como puedo y lo apoyo en el armario de la habitación así,
medio en equilibrio, pero se aguanta bien, porque al ser tan ancho, tiene mucha
base, pienso yo.
Bueno, pues ya está mi canapé con la tapa cerrada en el
suelo, vacío y listo para levantarlo y dejarlo de pie para poder desatornillar
las patas.
Un último esfuerzo y lo levanto, a pulso, desde un lateral
del canapé para apoyarlo contra el colchón (que gracias al cielo, protegía el
armario nuevo). Cuando estoy levantando el canapé, la tapa, por iniciativa
propia y sin consultar con nadie, decide abrirse, impulsada por la fuerza de
los amortiguadores, una fuerza sobrehumana, y digo sobrehumana con todo el
conocimiento, pues al abrirse, arrastró el colchón hacia mi persona,
aplastándome contra la pared. Imaginaos la foto: yo resoplando, chafado contra el
muro de la habitación y un canapé de la ostia de kilos y una tapa de canapé
furiosa queriéndose abrir más y más. Ni Fellini.
En es momento me acordé del programa "Mil formas de morir":
Muerte 354: Aplastado por su propio colchón.
Muerte 354: Aplastado por su propio colchón.
Que digo yo que el cabrón que diseño esos muelles ¿qué cojones
quería? ¿usar el canapé como catapulta?
Pues esa era la situación, así que en un alarde de
desesperación y descojone, tuve fuerzas para acabar de subir el canapé y dejarlo vertical, de esa forma pude desmontar las patas y poner
el fieltro adhesivo para proteger el suelo de madera.
Bueno, pues ahora venía lo más sencillo, bajar el canapé de nuevo. Pero no
conté con que ahora mis dedos quedaban expuestos ya que no había patas, así que
empecé a bajarlo con cuidado, con todo el cuidado que te dejan no sé, ¿qué
puede pesar eso? ¿ciento y pico kilos? Pues nada, nada, a bajarlo a pulso y con
cuidado, pero entonces, la tapa pensó que aún
no se había abierto demasiado y decidió darse un último impulso y aplastarme
de nuevo contra la pared, pero esta vez de bajada, es decir, que no podía subir
ni bajar, porque al abrirse la tapa impedía mover el colchón. A todas esas, la tapa se encargó de desmontar la montaña de cosas (bolsos, submarinismo, etc.) que había montado yo.
La angustia duró 10 minutos, aguantando el muerto hasta que
no sé cómo, puede mover el canapé hacia delante unos centímetros, y hacer que
bajar aun poco más. Fue en ese preciso instante cuando el colchón decidió que ya estaba bien de hacer
el equilibrio y se dejó caer encima de la tapa del canapé abierta, total 60 o
70 kilos más encima tampoco pasa nada... Aunque gracias a eso la tapa cedió, cerrándose unos centímetros.
Joder, qué agobio. Fui dejando caer poco a poco el canapé y
cuando estaba a dos palmos del suelo, me doy cuenta que el desaguisado de tanto
movimiento de tapa ha ocasionado que todo el material que había sacado del
cajón, esté desperdigado por donde no debería estar, así que, cun una mano y
media pierna, aguanto el canapé y con la otra mano, aparto gafas, tubos,
escarpines, etc... para que no mueran
aplastados.
Después de cinco minutos apartando cosas, por fin dejo caer
el canapé, poco a poco, con cuidado de no pillarme los dedos de los pies, que a punto estuve, porque del esfuerzo se me había corrido un poco la alpargata, y no sabía donde finalizaba mi pie dentro de ella. Nada más hubiera faltado eso...
Moraleja, la próxima ve llamo a los Tragaldabas.
Falta la 2ª parte, cuando te das cuenta que ahora está la cama demasiado baja y hay que reponer el conjunto con unas patas más cortas!
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